* La ORDEN DE CALATRAVA es una orden militar y religiosa, fundada en el Reino de Castilla en el siglo XII por el abad Raimundo de Fitero, con el objetivo inicial de proteger la villa de Calatrava, ubicada cerca de la actual Ciudad Real. Pertenece al grupo de las órdenes cistercienses y, en la actualidad, únicamente tiene carácter honorífico y nobiliario. Su origen se debe a un gesto heroico. La ciudad de Calatrava, junto al río Guadiana, había sido arrebatada a los árabes por Alfonso VII en 1147. Dada la importancia estratégica del lugar como baluarte avanzado de Toledo ante los moros, tras la corta posesión por parte de ciertos magnates, el rey quiso asegurar su defensa entregándola en 1150 a la Orden del Temple, ya que por aquellas fechas no existían los ejércitos regulares, ni era fácil poblar las zonas de frontera. Unos años más tarde, ante el empuje islámico, el Temple dio la empresa por perdida, y devolvió la fortaleza al sucesor de Alfonso, el rey Sancho III.
Ante la situación creada y el inminente peligro, éste reunió a sus notables y ofreció Calatrava a quien se hiciera cargo de su defensa. Entre la sorpresa y las bromas de los nobles, Raimundo, abad del monasterio cisterciense de Fitero, alentado por el monje de su monasterio Diego Velázquez, que había sido anteriormente guerrero, aceptó el reto. Al no haber alternativa, el rey cumplió su palabra, entregando Calatrava a los monjes de Fitero mediante donación realizada el 1 de Enero de 1158 en Almazán. Ellos, por su parte, formaron en poco tiempo un ejército de más de 20.000 monjes y soldados, uniendo, a los que había conseguido organizar fray Diego Velázquez en las cercanías de Calatrava, los que había reclutado Don Raimundo en el reino de Aragón. Ante tal multitud, los árabes rehusaron entrar en batalla, retirándose hacia el sur.
Como el compromiso de defender Calatrava se mantenía y resistiéndose con el tiempo los caballeros a tener por superior a un Abad del Císter y vivir entre los monjes, decidieron elegir un Maestre de la Orden. Los monjes se retiraron a Ciruelos y los caballeros a Ocaña, donde se convirtieron en una Orden militar, la primera hispana, que adoptó el nombre propio del lugar. El primer Maestre de la Orden fue Don García, que obtuvo del Císter y del Pontificado la primera regla. Esta regla, modelada sobre las costumbres cistercienses para hermanos laicos, impuso a los caballeros, además de las obligaciones de los tres votos religiosos (obediencia, castidad y pobreza), las de guardar silencio en el dormitorio, refectorio (comedor) y oratorio; ayunar cuatro días a la semana, dormir con su armadura, y llevar, como única vestimenta, el hábito blanco cisterciense con una sencilla cruz negra (luego roja, a partir del siglo XIV) “flordelisada”: Una cruz griega con flores de lis en las puntas, que en el siglo XVI se configuró definitivamente como hoy se conoce.
La fortaleza de Zorita de los Canes y todo su alfoz fueron concedidas a los calatravos por Alfonso VIII en 1174, para proteger, tras dos años de incursiones de los almohades, toda la frontera este del Tajo. En Abril de 1180 el mismo rey concedió fuero a Zorita.
En 1179 Alfonso II de Aragón cedió el castillo de Alcañiz a la Orden de Calatrava en premio a sus servicios contra los moros.
La Dehesa de Abénojar y su término fueron concedidos en 1183 por Alfonso VIII a esta orden y hasta 1814 —que el término fue recuperado por el Infante Don Carlos— el pueblo pasó a llamarse Abenójar de Calatrava. Como constancia de este hecho, se puede ver la Cruz de Calatrava realizada en forja en uno de los tejados de la iglesia del pueblo.
Desde su fundación hasta principios del siglo XIII la Orden experimentó una serie de altibajos. Tras la derrota cristiana sufrida por Alfonso VIII en la Batalla de Alarcos (1195), incluso tuvo que evacuar sus posesiones y retirarse a Ciruelos (Toledo). Tras un golpe de mano, varios caballeros de la Orden tomaron por sorpresa el castillo de Salvatierra, casi a las puertas de Sierra Morena, que mantuvieron en su poder, totalmente aislado de socorros, hasta 1211. Por ello, durante esos pocos años, la Orden adoptó el nombre de Orden de Salvatierra.
La Orden alcanzó su afianzamiento definitivo tras la Batalla de las Navas de Tolosa (1212), cuando fijó su sede en la nueva y más segura fortaleza de Calatrava la Nueva (1218) -en el antiguo castillo de Dueñas, por frente del castillo de Salvatierra-, que fue construida por prisioneros musulmanes en su mayor parte, y que ya nunca abandonaría.
La antigua sede de Calatrava, origen de la Orden, junto al río Guadiana, pasó a convertirse en la sede de una Encomienda, y desde ese momento pasó a ser conocida como Calatrava la Vieja.
En poco tiempo, sus grandes recursos humanos y económicos dieron a la Orden un enorme poder político y militar, que duró hasta el final de la Reconquista. Disponía de tierras y castillos a lo largo de toda la frontera de Castilla y Aragón, ejercitando un señorío feudal sobre miles de vasallos. Era capaz de aportar, a título individual, hasta 2.000 caballeros al campo de batalla, una fuerza considerable en la Edad Media. Además, disfrutaba de autonomía, lo cual trajo consigo diversos enfrentamientos con los reyes, dado que la Orden no les obedecía a ellos, sino al Maestre. Sólo se reconocían superiores espirituales: el abad de Morimond (Francia) y, en último término, el Papa.
A partir del año 1228 la Orden de la Calatrava pasó a contar con encomiendas en Andalucía tras serle concedidas por el rey Fernando III las plazas de Martos, (Higuera de Calatrava -antigua de Martos-), Porcuna, Víboras y Alcaudete, en agradecimiento por los servicios prestados en la Reconquista. Asimismo a lo largo de los siglos XIV y XV, los calatravos fueron extendiendo sus dominios andaluces con la creación de nuevas encomiendas en Jaén (Lopera, Jimena, Arjona, etc.), Córdoba (Fuente Obejuna, Belmez, Villafranca de Córdoba, etc.) y Sevilla Osuna.
Fernando el Católico logró ser elegido Maestre de la Orden en 1487 por una bula papal, y a partir de él todos los reyes de España revalidaron el título. Bajo el mando de los sucesivos monarcas, y con la reconquista de la península finalizada, gradualmente fueron desapareciendo tanto el espíritu militar como el religioso. Con el tiempo, su única razón de existir era la generación de ingresos, procedentes de sus grandes dominios, y la conservación de sus reliquias.
Confiscados los bienes de la Orden por disposición de José I en 1808, fueron restituidos en 1814 por Fernando VII, para acabar definitivamente secularizados en 1855 por Pascual Madoz. La Primera República Española suprimió la Orden, que se restableció en 1875 con el Papado como encargado de regular su disciplina interna. En la actualidad, la orden es una institución honorífica.
Las altas dignidades de la Orden fueron apareciendo con el devenir de los años, siendo confirmadas en los estatutos definitivos (1467). Por orden de jerarquía, eran las siete siguientes:
MAESTRE: Autoridad suprema de la Orden. Otorgaba las encomiendas, confería hábitos y prioratos, administraba justicia a todas las personas pertenecientes a la Orden, vasallos incluidos. El cargo era electivo y vitalicio. La Orden tuvo un total de 30 Maestres hasta la fecha de unión con la Corona española.
COMENDADORES MAYORES DE CASTILLA Y ARAGÓN: Primeras autoridades, después del maestre, en las encomiendas de sus respectivos reinos.
CLAVERO: Su misión era guardar y defender el castillo y convento mayor de la Orden, es decir, su sede de Calatrava la Nueva. También era lugarteniente del maestre.
PRIOR: Encargado de la cura espiritual de los caballeros. Representaba al abad de Morimond.
SACRISTÁN: Encargado de la custodia de las reliquias de la Orden, vasos sagrados y ornamentos.
OBRERO MAYOR: Encargado de las construcciones.
Maestres de la Orden:
Don García (1164–1169).
Fernando Icaza (1169–1170).
Martín Pérez de Siones (1170–1182).
Nuño Pérez de Quiñones (1182–1199).
Martín Martínez (1199–1207).
Ruy Díaz de Yanguas (1207–1212).
Rodrigo Garcés (1212–1216).
Martín Fernández de Quintana (1216–1218).
Gonzalo Yáñez de Novoa (1218–1238).
Martín Ruiz de Cevallos (1238–1240).
Gómez Manrique (1240–1243).
Fernando Ordóñez (1243–1254).
Pedro Yáñez (1254–1267).
Juan González (1267–1284).
Ruy Pérez Ponce de León (1284–1295).
Diego López de Santsoles (1295–1296).
Garci López de Padilla (1296–1322).
Juan Núñez de Prado (1322–1355).
Diego García de Padilla (1355–1365).
Martín López de Córdoba (1365–1371).
Pedro Muñiz de Godoy (1371–1384)
Pedro Álvarez de Pereira (1384–1385).
Gonzalo Núñez de Guzmán (1385–1404).
Enrique de Villena (1404–1407).
Luis González de Guzmán (1407–1443).
Fernando de Padilla (algunos meses de 1443).
Alonso de Aragón (finales de 1443–1445).
Pedro Girón (1445–1466).
Rodrigo Téllez Girón (1466–1482).
García López de Padilla (1482–1487).
Monarquía Española (desde 1487 en adelante): Únicamente hay que fijarse en el bolsillo superior izquierdo de la guerrera de todos los uniformes de SM. El Rey para observar las cuatro cruces, representativas de las cuatro Órdenes, cosidas sobre él.
Ž * La ORDEN DE ALCÁNTARA es otra Orden Militar creada en el año 1154 en el Reino de León, y que aún perdura en la actualidad. Nació en las riberas del río Côa, en la Beira Alta (Portugal) bajo el nombre de Ordem de São Julião do Pereiro (Orden de San Julián del Pereiro), fundada en 1093 por el Conde D. Henrique de Portugal.
Tras su conquista a los musulmanes, la defensa de la ciudad de Alcántara fue otorgada a la Orden de Calatrava en 1214, pero cuatro años más tarde renunciaron por la lejanía a Calatrava. Entonces Alfonso IX de León encomendó la defensa a la recientemente formada orden de los Caballeros de Julián de Pereiro a cambio de cierta dependencia de filiación con respecto a la orden de Calatrava, de ahí que adoptasen también la regla del Císter. A raíz del establecimiento de su sede central en la villa recibida, el primitivo nombre de orden de San Julián fue desapareciendo paulatinamente, hasta que en 1253 sus maestres se titulaban «maestres de la orden de Alcántara», quedando reducida San Julián Pereiro a ser una simple encomienda de la orden.
Sus primeras posesiones se ubicaban más al norte de lo que luego sería el núcleo principal de asentamiento. Comenzaron a crecer cuando, a la recibida villa de Alcántara, se sumaron Santibáñez y Portezuelo, tras ganar un pleito a la orden del Temple, así como Navasfrías, donada por Alfonso IX, y Valencia de Alcántara, conquistada por los caballeros de la orden en 1220. De esta forma quedó configurado su bloque fundamental de posesiones en el partido de Alcántara, al oeste de la provincia de Cáceres.
El comienzo de su asentamiento en el este de la provincia de Badajoz, en la comarca de La Serena, que sería el otro gran núcleo del señorío de la orden, tiene lugar en 1231 cuando conquista Magacela, que sería donada definitivamente a la orden tres años después por Fernando III el Santo como compensación por ciertos derechos alegados sobre la villa de Trujillo. Magacela se constituye en encomienda y se crea un priorato con jurisdicción en el territorio vecino. Al mismo tiempo la orden recibe el encargo del rey de repoblar Zalamea, conquistada por esos años. Tras la conquista de Córdoba en 1236 por Fernando III, se puede decir que la orden completó en la práctica sus posesiones. Entonces les fueron donadas Benquerencia y Esparragal, esta última conquistada por los templarios. Su señorío, no obstante, no se redondearía hasta comienzos del siglo XIV, cuando consiguió la donación del castillo de Eljás en 1302 y de Villanueva de la Serena un año después. Aunque la orden participó en la conquista de Andalucía, apenas recibió donaciones en esta región, limitadas a los castillos de Morón y Cote y el lugar del Arahal, que le fueron donados por Sancho IV en 1285, pero permutados con Pedro Girón en el siglo XV (1461) a cambio de Salvatierra, Villanueva de la Barcarrota y el castillo de Azagala.
En 1492 el Rey Católico Fernando II de Aragón consiguió del Papa Alejandro VI la concesión del título de Gran Maestre de la orden con carácter vitalicio. Entonces, los territorios de los alcantarinos abarcaban parte de la actual provincia de Cáceres en su límite con Portugal, las estribaciones de la Sierra de Gata y gran parte de la zona oriental de la provincia de Badajoz (la comarca de La Serena). Una extensión aproximada de 7000 km², sin incluir algunas posesiones aisladas en Andalucía y Castilla.
En ese siglo la potencia militar de la orden de Alcántara es menor que la de Santiago y la de Calatrava, debido a sus menores posesiones territoriales y, en consecuencia, su menor poder económico.
En 1522, Adriano VI fue más allá, al conceder a Carlos I los títulos de Gran Maestre de las tres órdenes militares de España con carácter hereditario.
Maestres de la Orden:
Suero Fernández Barrientos (1156-1174).
Gómez Fernández Barrientos (1174-1200) (c.1175-1216).
Benito Suárez (1200-1208) (1200-1216).
Nuño Fernández de Temes (1208-1219), recibió los bienes calatravos en el reino de León, y al frente de ellos la importante fortaleza de Alcántara en 1218, padre de Fernán Núñez de Témez.
Diego García Sánchez (1219-1227).
Arias Pérez (1227-1234), conquista Magacela.
Pedro Yáñez (Pedro Ibáñez) (1234-1254).
García Fernández de Barrantes (1254-1284).
Fernando Páez (1284-1292).
Fernando Pérez Gallego (1292-1294) (1292-1298).
Gonzalo Pérez (1296-1312) (1298-.316).
Ruy Vázquez de Quiroga (Rodrigo Vázquez) (1312-1318) (1316-1318).
Suero Pérez Maldonado (1318-1334) (1318-1335).
Ruy Pérez Maldonado (1334-1335).
Fernando López (1335).
Suero López (1335).
Gonzalo Martínez de Oviedo (1337-1338).
Nuño Chamizo (1338-1343).
Pedro Alonso Pantoja (1343-1346).
Fernando Pérez Ponce de León (1346-1355). Tataranieto del rey Alfonso IX de León.
Diego Gutiérrez de Ceballos (1355).
Suero Martínez Aldama (1355-1361).
Gutierre Gómez de Toledo (1361-1364).
Martín López de Córdoba (1364-1369).
Pedro Muñiz de Godoy (1369).
Melendo Suárez (1369-1371).
Ruy Díaz de la Vega (1371-1375).
Diego Martínez, maestre de la Orden de Alcántara (1375-1383).
Diego Gómez Barroso (1383-1384).
Gonzalo Núñez de Guzmán (1384-1385).
Martín Yáñez de la Barbuda (1385-1394).
Fernando Rodríguez de Villalobos (1394-1408).
Sancho de Aragón y Castilla (1408-1416).
Juan de Sotomayor (1416-1432).
Gutierre de Sotomayor (1432-1453).
Gómez de Cáceres y Solís (1457-1470).
Alonso de Monroy (1471-1473)
Juan de Zúñiga (1473-1492) (1477-1494)
Monarquía Española (1492-…).
No obstante, Carlos de Ayala Martínez –en su obra “Las Órdenes Militares Hispánicas en la Edad Media (Siglos XII-XV)”– considera únicamente 37 maestres.
En el siglo XVI las localidades que pertenecían a la Orden figuran en la relación que a continuación se expresa, remitida por el Gobernador de Alcántara el 14 de Julio de 1.571:
I.- El partido de Alcántara, con 14 pilas y 3.580 almas.
II.- El partido de Villanueva de la Serena, con 19 pilas y 5.710 almas.
III.- El partido y gobernación de Valencia de Alcántara, con 6 pilas y 1.920 almas.
IV.- El partido de Sierra de Gata, con 15 pilas y 2.695 almas.
* La ORDEN DE SANTA MARÍA DE MONTESA Y SAN JORGE DE ALFAMA es una orden religiosa y militar fundada por el rey Jaime II de Aragón en el siglo XIV.
El rey de Aragón cedió a la orden el Castillo de Montesa, enclavado en territorio valenciano, frontera con los sarracenos de esa zona. Fue aprobada por el Papa Juan XXII el 10 de Junio de 1317, por bula, aprobando y confirmando la Orden de Montesa como lo había propuesto el rey don Jaime II de Aragón y Valencia, invirtiendo los bienes de la orden de los Templarios extinguida por Clemente V en dotar una nueva orden que pretendía fundar el susodicho rey. La fundación se verificó el domingo 22 de Julio de 1319, en la capilla real del palacio de Barcelona, siendo la cabeza y sacro convento de ella el de la villa de Montesa de Valencia, de que el rey hizo donación a la orden, y de la cual tomó nombre.
Por divisa tomó una cruz roja sin flores, y el manto capitular blanco que aprobó Clemente VII el 5 de Agosto de 1397. Pero más adelante, con motivo de haberse incorporado a esta orden en 1399 la de San Jorge de Alfama, dejó aquella insignia y adoptó una cruz de gules de color rojo por concesión de Benedicto XIII, otorgada en 1400 y que Martín V confirmó posteriormente.
La orden sufrió numerosas dificultades. Según la bula de fundación, era el maestro de Calatrava a quien le correspondía la creación de la nueva orden, así como la capacidad de armar a los caballeros y hacer vestir los hábitos a los caballeros montesanos. Jaime II, con antelación, había escrito al maestre de Calatrava para que acelerara la acción. El maestre, a quien no le gustaba obedecer órdenes ni de su propio rey, el de Castilla, ni siquiera contestó a las misivas. El rey se dirigió entonces al Papa para que diera la orden al de Calatrava. El Pontífice pasó el encargo al arzobispo de Valencia, que tampoco recibió respuesta por parte del Maestre de Calatrava.
El arzobispo de Valencia envió finalmente hasta Castilla al abad del Monasterio de Nuestra Señora de Benifassà, perteneciente a la Orden del Císter. El Maestre de Calatrava se negó a acudir a Valencia, alegando que sus obligaciones custodiando la frontera se lo impedían, aunque la razón real parece ser que era la poca disposición por parte de la Orden de Calatrava a ceder las posesiones de Aragón a otra orden. Finalmente, cedió y envió a Valencia a un procurador para que obrara en su nombre.
Se nombró como primer Maestre de la nueva Orden a Guillermo de Eril, un hombre anciano, gran experto en las artes militares. El cargo le duró muy poco, ya que Eril fallecía setenta días después de haber sido elegido.
El reino de Valencia se encontraba agitado debido a la revuelta conocida como de la Unión, por la que algunos nobles valencianos, apoyándose en el pueblo, deseaban emanciparse de la tutela del Reino de Aragón y constituirse en un reino independiente. El rey de Aragón encargó al Maestre de Montesa, Arnaldo de Ferriol, que controlara a los sediciosos, convirtiéndose así los montesanos en una baza muy importante para que el rey Pedro IV de Aragón derrotara a los sublevados de Valencia. La Orden se convirtió en la principal fuerza militar defensora del trono.
Sin embargo, los reyes empezaban ya a tomar parte activa en la elección de los Maestres. El rey Fernando II de Aragón (Fernando el Católico) impuso como tal a su sobrino, Felipe de Aragón y Navarra, revocando así el anterior nombramiento.
El último Maestre fue Pedro Luis Garcerán de Borja, marqués de Navarrés, hijo del duque de Gandía, hermano de san Francisco de Borja, elegido a los 17 años. En 1572, un tribunal de la Inquisición de Valencia condenó a Garcerán de Borja por sodomía. Parece ser que Pedro Luis Garcerán de Borja había estado enamorado tiempo antes de un tal Martín de Castro, un rufián dedicado a la prostitución y el proxenetismo, tanto de hombres como de mujeres, y que fue sorprendido en la cama con el conde de Ribagorza, Juan II de Ribagorza. Martín de Castro, antes de ser ejecutado en 1574 en la corte, delató a Pedro Luis Garcerán de Borja, dando escabrosos detalles y mostrando su falta de escrúpulos. Garcerán de Borja, que había sido virrey y capitán general de los reinos de Tremecén, Túnez, Orán y Mazalquivir, se vio comprometido por la crisis interna que sufría la Orden de Montesa, dividida en facciones, y por las enemistades creadas al promocionar a sus favoritos. Felipe II, que fue consultado por la Inquisición sobre la conveniencia del juicio, decidió emplear el proceso para dar una lección a la nobleza levantisca, neutralizando a la vez la alianza de los Borja con la familia real portuguesa. Garcerán de Borja fue condenado a 10 años de reclusión en el convento de Montesa y una multa de 6.000 ducados, a razón de 1.000 ducados al año. Sin embargo, ya en 1583, Garcerán de Borja, tras unas disputas internas por la sucesión del Gran Maestre, supo congraciarse con el Rey y negoció con Felipe II la incorporación a la corona de la última Orden que se mantenía independiente el 8 de diciembre de 1.587, gracias a una bula del papa Sixto V expedida en Roma. Como premio obtuvo la Encomienda Mayor de Calatrava y en 1591 el Virreinato de Cataluña, falleciendo en 1592.
El convento de la Orden se encontraba en la villa de Montesa. Un terremoto en 1748 hizo que se desplomara la roca en la que se situaba y mató a muchos de sus miembros. La Orden pasó a tener su centro en Valencia, en la casa del Temple.
Maestres de la Orden:
Guillermo de Eril (1319-1319).
Arnaldo de Ferriol (1319-1327).
Pedro de Thous (1327-1374).
Alberto de Thous (1374-1382).
Berenguer March (1382-1409).
Romero de Corbera (1410-1445).
Gilaberto de Monsavin (1445-1453).
Luis Despuig (1453-1482).
Felipe Vivas de Cañamanes y Boll (1482-1484).
Felipe de Aragón y Navarra (1484-1488).
Felipe Vivas de Cañamanes y Boll (1488-1492).
Francisco Sanz (1493-1506).
Francisco Bernardo Despuig (1506-1537).
Francisco Llansol de Romaní (1537-1544).
Pedro Luis Garcerán de Borja (1545-1587).
Reyes de España (1587-…).
Pero aunque son todas las que están, no están todas las que son: Nos faltarían Órdenes tales como la del Santo Sepulcro de Jerusalén, la conocida Orden de Malta, la Teutónica y, por supuesto, la Templaria: “Los caballeros de las Órdenes Medievales se encontraban imbuidos de cierto halo de misticismo, misterio y espiritualidad que les convertía en seres a medio camino entre el cielo y la tierra… Es por ello, quizá, por lo que resultan tan atractivos ante nuestros ojos. Y tan peligrosos a ojos de sus coetáneos” (Mark Frost: “El Templario”, página 239).
domingo, 3 de noviembre de 2013
La ORDEN DE SANTIAGO: ¡Cierra, España, cierra!
La ORDEN DE SANTIAGO es una orden religiosa y militar surgida en el siglo XII en el Reino de León. Debe su nombre al patrón nacional de España, Santiago el Mayor. Su objetivo inicial era proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y hacer retroceder a los musulmanes de la Península Ibérica. Tras la muerte del gran maestre Alonso de Cárdenas en 1493, los Reyes Católicos incorporaron la Orden a la Corona de España y el papa Adriano VI unió para siempre el maestrazgo de Santiago a la corona en 1523. La I República suprimió la Orden en 1873 y, aunque en la Restauración fue nuevamente restablecida, quedó reducida a un instituto nobiliario de carácter honorífico regido por un Consejo Superior dependiente del Ministerio de la Guerra, que quedó a su vez extinguido tras la proclamación de la II República en 1931.
La Orden de Santiago, junto con las de Calatrava, Alcántara y Montesa, fue reinstaurada como una asociación civil en el reinado de Juan Carlos I con el carácter de organización nobiliaria honorífica y religiosa y como tal permanece en la actualidad.
La insignia de la Orden es una cruz gules simulando una espada, con forma de flor de lis en la empuñadura y en los brazos. Los caballeros portaban la cruz estampada en el estandarte y capa blanca. La cruz del estandarte tenía una venera en el centro y otra al final de cada uno de los brazos. Las tres flores de lis representan el honor sin mancha, que hace referencia a los rasgos morales del carácter del Apóstol. La espada representa el carácter caballeresco del apóstol Santiago y su forma de martirio, ya que fue decapitado con una espada. También puede simbolizar, en cierto sentido, tomar la espada en nombre de Cristo.
Se dice que su forma tiene origen en la época de las Cruzadas, cuando los caballeros llevaban pequeñas cruces con la parte inferior afilada para clavarlas en el suelo y realizar sus devociones diarias.
Entre 1157 y 1230, la dinastía real se dividió en dos ramas opuestas, por lo que la rivalidad tiende a oscurecer los inicios de la Orden. Aunque Santiago de Compostela, en Galicia, es el centro de la devoción a este apóstol, no es ni la cuna ni la principal sede de la Orden. Dos ciudades lucharon por tener el honor de ser la sede de la Orden, LEÓN, en el reino de ese nombre, y UCLÉS en el antiguo reino de Castilla.
Algunas fuentes apuntan a que la Orden de Santiago fue creada a raíz de la victoria en la batalla de Clavijo, que supuestamente tuvo lugar en La Rioja en el año 844. Aunque la atribución a la creación de la Orden tras dicha batalla, que hoy se considera un hecho ficticio que nunca tuvo lugar, se debe a la devoción hacia el Apóstol, al que la leyenda atribuye una intervención en dicho combate, por lo que la representación de esta batalla se repite constantemente en cuadros, esculturas, miniaturas y relieves pertenecientes a la Orden. El origen de esta orden militar es confuso, debido a la doble fundación que tuvieron las órdenes militares. La primera fundación fue militar, cuando en el año 1170 el rey Fernando II de León y el obispo de Salamanca, Pedro Suárez de Deza, encargaron a un grupo de trece caballeros, conocidos como los Fratres o Caballeros de Cáceres, la defensa de la ciudad de Cáceres (que tuvieron que abandonar al ser conquistada por los musulmanes).
Este grupo de caballeros estaba encabezado por Pedro Fernández de Fuentencalada, que era descendiente de los reyes de Navarra, por línea paterna, y de los condes de Barcelona, por la materna. Del resto de caballeros destacan: Pedro Arias, el conde Rodrigo Álvarez de Sarriá, Rodrigo Suárez, Pedro Muñiz, Fernando Odoarez, señor de la Varra y Arias Fumaz, señor de Lentazo. Según relata la bula fundacional, estos caballeros, arrepentidos de la vida licenciosa que hasta entonces habían llevado, se habían unido previamente bajo unos mismos Estatutos y decidieron formar una congregación para defender a los peregrinos que visitaban el sepulcro de Santiago Apóstol en Galicia y para guardar las fronteras de Extremadura. Anteriormente a 1170, los primeros que tuvieron la idea de acudir al socorro de los numerosos peregrinos que se dirigían a Compostela, fueron los canónigos regulares de San Agustín. Vivían bajo la obediencia de un prior elegido y confirmado por ellos en el convento llamado de San Loyo o San Eloy de Loio, cerca de Compostela, fundado a ejemplo de los caballeros de la Orden de Calatrava, que también estaba destinada a proteger la seguridad de los caminos. Con los años se fueron erigiendo muchos hospitales para albergar a los peregrinos, desde los Pirineos hasta la citada ciudad de Compostela. Para una defensa eficaz, los Freires (o Caballeros) de Cáceres determinaron asociarse a aquellos religiosos y se obligaron por voto solemne a guardar y defender aquellos caminos. Los canónigos, aceptando el ofrecimiento de los caballeros, convinieron en recibirlos en su Orden, vivir con ellos en comunidad y ser sus capellanes para dirigirlos espiritualmente y administrarles los sacramentos. Fue entonces cuando los Freires de Cáceres cambiaron su nombre al de Freires de Santiago, organizándose así la Orden.
En la fundación de la Orden participaron Don Cerebruno y Don Pedro Gundestéiz, arzobispos de Toledo y Santiago de Compostela, respectivamente; Don Juan, Don Fernando y Don Esteban, obispos de León, Astorga y Zamora, respectivamente, así como el legado papal, cardenal Jacinto. El 29 de Julio de 1170, quedó fundada, organizada y establecida la Orden de Santiago, y en 1172 se había extendido a Castilla. Aunque la Orden de Santiago había nacido en el reino de León, también se extendió por los reinos de Portugal, Aragón, Francia, Inglaterra, Lombardía y Antioquía, pero su expansión fundamental se limitaría a los reinos de León y Castilla. Los Caballeros de Ávila se agregaron a su Regla.
La fundación religiosa hay que atribuírsela al rey Alfonso VIII de Castilla, con la aprobación del papa Alejandro III mediante una bula otorgada el 5 de Julio de 1175 en Ferentino, cerca de Roma, con el fin de que fueran criados en temor a Dios: “…y para remedio de la flaqueza humana, se permite el matrimonio a los que no pudieran ser continentes; guardando a la mujer la fe no corrompida y la mujer al marido, porque no se quebrante la continencia del tálamo conyugal, según la institución de Dios y la permisión del Apóstol San Pablo”. En dicha bula aprobó sus constituciones y la hizo exenta de la jurisdicción de los frailes ordinarios o comunes, cuya gracia ratificaron más adelante los papas Lucio III, Urbano III e Inocencio III por diferentes bulas que arreglaron igualmente el estado de los caballeros y el de los religiosos. A partir de este momento se les conoció con el nombre de Caballeros de Santiago, pues el de Caballeros o Freires de Uclés, que aparece en algunos documentos antiguos, no prevaleció.
Como efecto de este doble acto fundacional -institución real y aprobación pontificia- la Orden quedó constituida, como una Militia Christi, con vocación tanto religiosa como militar, cuya misión era el “SERVICIO DE DIOS, EL ENSALZAMIENTO Y DEFENSA DE LA CHRISTIANA RELIGION, Y FEE CATHOLICA Y LA DEFENSA DE LA REPUBLICA CHRISTIANA”.
El nombre definitivo de la Orden tiene su fundamento en la devoción que durante los siglos medievales se tuvo en España al apóstol Santiago. Toda España considera a Santiago el Mayor como el primero en predicar el evangelio a los habitantes de Hispania. Más tarde, volvió a Jerusalén, donde fue el primero de los apóstoles en derramar su sangre por mandato de Herodes Agripa I y, según la tradición, sus discípulos trasladaron su cuerpo a España y lo depositaron en Iria-Flavia (Galicia) a principios del siglo IX. Sus reliquias fueron descubiertas durante el reinado de Alfonso II el Casto y trasladadas después al lugar que luego recibió el nombre de Compostela. Es natural que los caballeros se encomendasen de un modo especial al patrocinio de Santiago al entrar en batalla, y es lógico que creyeran sentir en muchas ocasiones la protección celestial gracias a la intervención favorable del Apóstol. Por esto, de acuerdo con el segundo arzobispo de Compostela, don Pedro Godoy, en 12 de Febrero de 1171 don Pedro Fernández y toda su milicia se consagraron vasallos y caballeros del apóstol Santiago, nombrando al Maestre y sus sucesores canónigos de la iglesia compostelana y el arzobispo y los suyos frailes de la nueva orden de caballería. Así todos se nombrarían en lo sucesivo Caballeros de Santiago y así los nombraría el papa en su bula.
Todavía se conserva un cuadro de grandes proporciones que representa el momento en que don Pedro Fernández, acompañado de los primeros caballeros vistiendo sus capas blancas con la cruz roja de Santiago como emblema de la Orden, presenta al papa Alejandro la regla para su confirmación. Dicho cuadro estuvo colgado durante muchos años en la parte izquierda de la nave de la iglesia del monasterio de Uclés. Hoy se conserva en la sacristía del monasterio hasta que sea restaurado.
Los Caballeros de Santiago tenían posesiones en los siguientes reinos de la Península Ibérica: León, Castilla, Aragón y Portugal; pero Fernando II de León y Alfonso VIII de Castilla ponían la condición de que la sede de la Orden debía estar en sus respectivos estados: en San Marcos de León y Uclés. De ahí surgió un largo conflicto que sólo terminó cuando, en 1230, Fernando III el Santo, unió ambas coronas. Desde entonces, Uclés, en la provincia de Cuenca, es considerada como la sede de la Orden, Caput ordinis.
Uclés |
Tras la salida de los Frates de Cáceres del reino de León, obligados por la pérdida de Cáceres, su primitiva sede, y de los lugares que habían adquirido en territorio de Badajoz, ante el empuje de los almohades, pasaron a Castilla, donde fueron bien recibidos por su rey Alfonso VIII. Éste, entregó el castillo de Uclés a los Caballeros de Santiago para que defendiesen aquella comarca y la de Huete de los ataques musulmanes. El castillo había pertenecido desde 1163 a los caballeros de San Juan, pero el rey estaba descontento por su actuación (ya que en el período en el que lo ocuparon no hicieron nada notorio) y les retiró la posesión de dicho castillo fronterizo en favor de los santiaguistas.
El 9 de Enero de 1174 tuvo lugar en Arévalo el acto solemne por el cual Alfonso VIII entregaba el castillo y la villa de Uclés, con todas sus tierras, viñas, prados, pastizales, arroyos, molinos, pesquerías, portazgos, entradas y salidas, al Maestre de la Orden, don Pedro Fernández de Fuentencalada. El acto contó con la presencia de los prelados y nobles del reino y de Alfonso VIII junto con su esposa Leonor de Inglaterra.
A finales de aquel mismo mes los caballeros de la Orden de Santiago tomaron posesión de la villa y fortaleza donadas por Alfonso VIII, acto al que asistió el arzobispo de Santiago. La bandera de Santiago, que el arzobispo les había entregado en Compostela, ondeó por vez primera en la torre del homenaje. La iglesia de Santa María del Castillo cambió su nombre por el de Santiago hasta que se construyó el convento con una nueva iglesia adecuada a las necesidades de la Orden.
En Uclés se hallaba el monasterio donde el Gran Maestre de la Orden residía habitualmente, este monasterio fue derruido en el siglo XVI para construir el actual monasterio que comenzó a construirse en 1529 y se terminó en 1735. Los aspirantes pasaban un año y un día de prueba en el monasterio. Los archivos de la Orden que estaban en Uclés pasaron en 1869 al Archivo Histórico Nacional en Madrid.
La Orden recibió su primer artículo en 1171 del cardenal Jacinto (más tarde papa Celestino III) y en 1175 la bula papal de Alejandro III.
Los caballeros santiaguistas estuvieron presentes en todas las acciones guerreras de la Reconquista y sus territorios se extendieron principalmente por La Mancha. A esta Orden pertenecían pueblos de las actuales provincias de Ciudad Real, Cuenca, Toledo, Madrid, Guadalajara, Jaén y Murcia. La primera acción militar notoria en la que intervinieron fue para ayudar al ejército de su protector Alfonso VIII en la toma de la ciudad de Cuenca, en 1177. Su contribución en dicha conquista fue tan importante que el rey añadió, en el terreno recién conquistado, nuevas donaciones a la Orden, entre ellas: Dos casas cerca de las de Aben-Mazloca, en el mismo alcázar de Cuenca, dos solares, un molino en el río Moscas y un huerto próximo a este río.
Con las donaciones hechas a Tello Pérez y a Pedro Gutiérrez, que estos a su vez donaron a Pedro Fernández, el fundador de la Orden, se creó al poco tiempo el Hospital Santiago Apóstol en Cuenca. Una de las trece collaciones en que se dividió la ciudad se llamó también Santiago, quedando su iglesia dentro del recinto de la misma catedral. Alfonso VIII cedió también Uclés a Pedro Fernández para que se estableciera allí y defendiera la frontera, según Escritura Real extendida en Arévalo el 3 de Enero de 1174, siendo desde entonces la casa principal de la Orden. Asimismo cedió a la Orden Moya en 1211, a las que se unirían posteriormente Ossa de Montiel, Campo de Criptana, Pedro Muñoz, Montiel y Alhambra. La congregación prosperó, adquiriendo bienes y territorios y llegó a formar una especie de diócesis con capital en Uclés, cuyo prior tenía autoridad casi episcopal.
La rápida propagación de la Orden se debió a que su Regla era menos rígida que las de las demás órdenes (es la única orden militar cuyos caballeros podían casarse), eclipsando a las más antiguas de Calatrava y Alcántara y cuyo poder fue reputado en el extranjero incluso antes de 1200. La primera bula de confirmación, la de Alejandro III, ya enumeró un gran número de dotaciones. La Orden de Santiago sola tenía más posesiones que las órdenes de Calatrava y Alcántara juntas. En España, estos bienes incluían 83 encomiendas, de las cuales 3 fueron reservadas a los grandes comendadores, 2 ciudades, 178 condados y aldeas, 200 parroquias, 5 hospitales, 5 conventos y la Universidad de Salamanca. Los caballeros eran entonces 400 y se podían reunir más de 1.000 lanzas. Tenían posesiones en Portugal, Francia, Italia, Hungría e incluso en Palestina. Abrantes, su primera encomienda en Portugal, data del reinado de Alfonso I, en 1172, y pronto se convirtió en una orden distinta, ya que el papa Nicolás IV, en 1290, la libera de la jurisdicción de Uclés.
Gonzalo Ordóñez fue elegido Gran Maestre de la Orden en León, al mismo tiempo que Gonzalo Rodríguez (1195). Se marchó a Castilla y sirvió a Alfonso VIII. A la muerte del anterior Maestre en 1203, fue elegido en Uclés y sólo vivió dos años más.
En tiempos del tercer maestre, Sancho Fernández de Lemus, los almohades comandados por el califa Abu Yaqub Yusuf al-Mansur (Yusuf II), vencedor en la batalla de Alarcos en 1195 frente a Alfonso VIII y donde encontraron la muerte diecinueve santiaguistas, realizaron una ofensiva general por tierras de Castilla, llegando hasta Uclés dos años más tarde. El maestre, en medio del desconcierto de los reinos cristianos, resistió en el castillo ucleseño con sus gentes, mientras otras fortalezas, como las de Madrid y Guadalajara, se sometieron a Yusuf II.
Los caballeros de Santiago participaron en la reconquista de las comarcas de Teruel y Castellón y combatieron en la batalla de las Navas de Tolosa (1212), en la que el maestre Pedro Arias murió junto a un gran número de caballeros santiaguistas.
Tras la muerte de Alfonso VIII en 1214 acontecieron disturbios en la Orden. En 1233 sus caballeros acudieron a la batalla de la toma de Jerez de la Frontera y, tres años más tarde, a las conquistas de Úbeda y Córdoba. Pelayo Pérez Correa fue el Maestre que mayor esplendor dio a la Orden, induciendo a Fernando III el Santo a que pusiera sitio a Sevilla. Durante dicho sitio, 270 caballeros dirigidos por su Maestre se internaron demasiado en la sierra y al llegar la noche sin haber logrado la derrota completa de los enemigos, se les apareció la Virgen María, a la que pidieron que detuviese el curso del sol pronunciando la deprecación: “Santa María, detén tu día”. En recuerdo de este suceso se edificó más tarde, en aquel lugar, la ermita de la Virgen de Tentudía (Detén-tu-día), donde dicen que fue sepultado dicho Maestre en 1275. Pérez Correa fue sucedido por Gonzalo Ruiz Girón, quien murió a causa de las heridas recibidas en Alcaudete en 1280.
Tras la muerte de Vasco Rodríguez de Coronado, Maestre de la Orden entre 1327 y 1338, el consejo de los Trece, así llamado porque lo componían trece caballeros designados de entre los gobernadores y comendadores de la Orden, eligieron como Maestre al sobrino de éste, Vasco López. Por intervención personal del rey Alfonso XI de Castilla con el fin de retener el cargo para su hijo bastardo, el infante Fadrique Alfonso de Castilla, hijo de Leonor Núñez de Guzmán y sobrino de Alonso Meléndez de Guzmán, este último fue nombrado Maestre en 1338 y se anuló la elección de Vasco López aduciendo defectos en la elección.
La intromisión del Rey en las reglas sucesorias de la Orden provocó grandes disputas, ya que legalmente los Maestres eran elegidos entre los freires con voto de castidad, con consentimiento y nombramiento posterior por el Papa. Los comentarios de éste acerca de don Alonso y, sobre todo, de doña Leonor le convirtieron en enemigo del rey.
Alonso de Guzmán luchó al lado del Rey en la conquista del Reino de Algeciras, pero fue asesinado por él para nombrar finalmente al infante Fadrique, de 8 años de edad, como Maestre de la Orden en 1342.
En 1358, Fadrique fue mandado asesinar en Sevilla por su hermanastro, el rey Pedro I de Castilla, que nombró en su lugar a Juan de Padilla, hermano de la favorita del Rey, María de Padilla. Sin embargo, los caballeros de la Orden se negaron a reconocerle y le derrotaron cerca de Uclés, falleciendo Padilla durante la lucha. Los Maestres posteriores (Fernando Osórez, Pedro Fernández y Pedro Muñiz) murieron en la guerra con Portugal, pero la Orden se repuso durante el prolongado maestrazgo de Lorenzo Suárez de Figueroa, que fundó el Convento de Santiago de Sevilla.
Los monarcas castellano-leoneses concedieron privilegios a la Orden que permitieron repoblar extensas regiones de Andalucía y Murcia. Durante el siglo XV, la Orden trasladó su radio de acción a Sierra Morena y tomó la población de Llerena (Badajoz) como lugar habitual de residencia de sus maestres, proporcionando un alto crecimiento tanto en esta población como en sus alrededores.
En 1453, Enrique IV de Castilla se hizo cargo de la administración de la Orden hasta que Alfonso de Castilla alcanzara la mayoría de edad. Entre 1462 y 1463 nombró Maestre provisional a Beltrán de la Cueva. En 1463, cuando fue mayor de edad, es nombrado como Maestre titular el infante Alfonso de Castilla.
En 1474, Juan Pacheco, marqués de Villena, abdicó en favor de su hijo Diego después de siete años de gobierno. Esta decisión disgustó a la mayor parte de los caballeros y provocó un cisma en la Orden y grandes luchas, ya que, al mismo tiempo, Rodrigo Manrique y Alonso de Cárdenas pretendían el maestrazgo. Fue nombrado Rodrigo por Uclés y Alonso por San Marcos. A la muerte de Rodrigo Manrique, los Reyes Católicos pusieron término a las disputas quedándose con la administración durante un tiempo y nombrando Maestre a don Alonso, quien les acompañó en la Guerra de Granada.
Con el paso del tiempo y la finalización o ralentización de la Reconquista, la Orden de Santiago se vio implicada en las luchas internas de la Corona de Castilla. Al mismo tiempo, los inmensos bienes de la Orden la obligaron muchas veces a sostener las encontradas pretensiones de la Corona. El título conllevaba gran poder, tanto territorial (se podía ir desde Uclés a Portugal sin pisar fuera de los territorios de la Orden) como económico (el Maestre de la Orden llegó a obtener una renta anual de 64.000 florines de oro).
Siendo el cargo de Gran Maestre de tal influencia, las luchas y banderías internas también eran frecuentes para alcanzar semejante dignidad. Hasta tal punto habían desacreditado a la Orden estos escándalos, que a la muerte del gran maestre Alonso de Cárdenas en 1493, los Reyes Católicos hallaron una excusa para pedir a la Santa Sede una providencia capaz de poner término a los escándalos, al tiempo que subrayaban los grandes gastos que la guerra de Granada había supuesto a la Corona. Así, los Reyes pidieron a Alejandro VI que les concediese la administración del gran maestrazgo de la Orden, medida que podía considerarse como de necesidad y, al mismo tiempo, como una especie de recompensa de sus grandes sacrificios por la fe católica. El Papa accedió a la demanda y con bula del mismo año otorgó la administración de la suprema dignidad de la Orden de Santiago a los Reyes Católicos.
Tras la muerte de Fernando el Católico, le sucedió en la administración el emperador Carlos I, en cuyo tiempo el papa Adriano VI unió para siempre a la Corona de España los maestrazgos de Santiago, Calatrava y Alcántara en 1523. Hasta entonces, el gran Maestre de Santiago era elegido por el consejo de los Trece.
Ser miembro de la Orden de Santiago formaba parte de las aspiraciones más codiciadas por los hombres del siglo XVII, por lo que el ingreso en esta Orden tan elitista no era camino sencillo en este siglo. Miembros de la alta nobleza, como Gregorio María de Silva y Mendoza, Duque de Pastrana, u otros de la familia real, tenían el camino más fácil frente a aquellos que no podían certificar paso a paso el limpio origen de cristiano viejo de sus antecesores o que sus ingresos económicos no procedían del trabajo de sus manos. Muy conocido es el juicio al que tuvo que someterse Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, donde tuvieron que testificar amigos suyos, como Francisco de Zurbarán, para dar fe de que sus raíces limpias eran ciertas y que su arte no se veía motivado por la obtención de ganancias económicas de forma manual que enturbiasen su forma de vida, sino que tenía un carácter intelectual. Francisco de Quevedo también fue miembro de la Orden. Su ingreso se hizo oficial el 29 de Diciembre de 1617 y fue firmado por Alonso Núñez de Valdivia, secretario de cámara del rey Felipe III, tras presentar y verificar su genealogía.
José de Armendáriz y Perurena, marqués de Castelfuerte, ingresó en la Orden de Santiago en 1699. Tras mandar las tropas reales en la batalla de Lagudina (.708) y en una acción decisiva en Villaviciosa (1710), fue premiado con la Orden de Santiago y, en tal virtud, beneficiado con las encomiendas de Montizón y Chiclana de Segura, además de otorgársele el título de marqués de Castelfuerte (30 de Junio de 1711).
En sus comienzos, el ingreso en la Orden no fue dificultoso, pero a partir de mediados del siglo XIII cada vez fue más complicado. Una vez finalizada la Reconquista, el pretendiente que deseara ingresar en la Orden de Santiago debía aprobar en sus cuatro primeros apellidos ser hidalgo (o hijodalgo) de sangre a fuero de España y no hidalgo de privilegio, cuya prueba debía de referirse asimismo a su padre, madre, abuelos y abuelas. Además debía probar, de la misma manera, que ni él ni sus padres ni sus abuelos habían ejercido oficios manuales ni industriales.
Tampoco podían obtener el hábito de la Orden aquellas personas que tuvieran raza ni mezcla de judío, musulmán, hereje, converso, por remoto que fuera, ni el que hubiera sido o descendiera de penitenciado por actos contra la fe católica, ni el que hubiera sido o sus padres o abuelos procuradores, prestamistas, escribanos públicos, mercaderes al por menor, o hubieran tenido oficios por los que hubieran vivido o vivieran de su esfuerzo manual, ni el que hubiera sido infamado, ni el que hubiera faltado a las leyes del honor o ejecutado cualquier acto impropio de un perfecto caballero, ni el que careciera de medios decorosos con los que atender a su subsistencia. El aspirante tenía que pasar después a servir tres meses en las galeras y residir un mes en el monasterio para aprender la Regla.
Posteriormente el Rey y el Consejo de las Órdenes abolieron cierta cantidad de estos requisitos.
A diferencia de las contemporáneas órdenes de Calatrava y Alcántara, que siguieron la dura Regla de los benedictinos de la Abadía de Cîteaux, la Orden de Santiago aprobó la Regla más suave de los canónigos agustinos. De hecho, en León han ofrecido sus servicios a los canónigos regulares de San Eloy en esa ciudad para la protección de los peregrinos a Santiago y los hospicios de los caminos que conducen a Compostela. Esto explica el carácter mixto de su Orden, que es hospitalaria y militar, como la Orden de Malta.
Los caballeros de la Orden fueron reconocidos como religiosos por Alejandro III, cuya bula de 5 de Julio de 1175 fue confirmada posteriormente por más de veinte de sus sucesores. Estos actos pontificios, recogidos en el Bullarium de la Orden, garantizaban todos los privilegios y exenciones de otras órdenes monásticas. La Orden estaba compuesta por varias clases de afiliados: Canónigos (encargados de la administración de los sacramentos), comendadoras (ocupadas del servicio de los peregrinos), caballeros religiosos -que viven en comunidad- y caballeros casados.
Los caballeros de la Orden de Santiago aceptaron los votos de pobreza y obediencia. Sin embargo, al organizarse por la regla de los agustinos, sus miembros no estaban obligados a hacer voto de castidad y pudieron contraer matrimonio (casados estaban algunos de sus fundadores); sólo prometían la castidad total antes del matrimonio o acabado éste, y la castidad y fidelidad conyugal mientras permanecieran casados. La bula del papa Alejandro III recomendaba el celibato. En los Estatutos de la fundación de la Orden se precisaba: “En conyugal castidad, viviendo sin pecado, semejan a los primeros padres, porque mejor es casar que quemarse”. El derecho a contraer matrimonio, que otras órdenes militares sólo obtuvieron al final de la Edad Media, se les concedió desde el principio, con determinadas condiciones (como la autorización del rey), la obligación de observar la continencia durante el Adviento, la Cuaresma y en determinadas festividades del año. Los caballeros santiaguistas, con licencia del maestre, podían contraer matrimonio y vivir con sus esposas e hijos en los conventos de la Orden. La Orden de Santiago fundó conventos femeninos de comendadoras, apelativo utilizado para designar a las monjas. La presencia femenina en la Orden es mayor que en otras órdenes de la época. Aquí, las mujeres asumieron la función educar a las hijas de los caballeros, aunque hubo algunas mujeres que estuvieron al frente de una encomienda.
Entre las obligaciones de sus miembros se encontraban la misa diaria, rezar veintitrés Padre nuestros por día, tomar el sacramento de la Eucaristía los domingos y ayunar dos Cuaresmas.
Comendadoras de Madrid |
Otro elemento importante de la infraestructura de la Orden de Santigado fueron los conventos, tanto los masculinos como los femeninos: Además de los conventos para freiles de Uclés y San Marcos de León, la Orden tuvo otros conventos en Villar de Donas (León), Palmella (Portugal), Montánchez (Cáceres), Montalbán (Aragón) y Segura de la Sierra en Jaén. En 1275 la Orden también contaba con seis conventos de monjas, que se denominaban comendadoras. En ellos se podían alojar las mujeres y familiares de los freiles, cuando éstos iban a la guerra o morían. Las freilas sólo profesaban castidad conyugal, pero no perpetua, por ello podían salirse del convento y casarse. Los conventos mencionados son: Santa Eufemia de Cozuelos (Palencia), fundado en 1502; Convento de Sancti Spiritus de Salamanca, concedido a la Orden en 1233; San Vicente de Junqueras (Barcelona), fundado en 1212; San Pedro de la Piedra (1260), en Lérida; Santos-o-Velho (1194), en Lisboa y la Destiana (León). Posteriores a estas fechas son los conventos de Membrilla (Ciudad Real) y las Comendadoras de Madrid (1650).
El nombre de Trece era dado al caballero nombrado por el Maestre y demás caballeros para algún capítulo general. En la bula de confirmación de la Orden, expedida por el papa Alejandro III en 1175, se estableció que hubiese trece frailes, a cuyo cargo estaría la elección del Maestre y el ayudarle con su consejo. Algunos historiadores afirman que el significado de estos trece se corresponde con el número de los primeros caballeros que se reunieron para fundar la Orden. (Otros dicen que representa el número simbólico de los 12 apóstoles más Cristo). Los Trece constituyen las primeras dignidades de la Orden, después de los priores de Uclés y de San Marcos de León. Los Comendadores Mayores de Castilla y de León siempre fueron Trece, aunque no con carácter nato por razón de tales encomiendas, puesto que consta que lo fueron muchas veces por elección como todos los otros.
Hasta el año 1212 no se menciona documentalmente a los Trece. Su cargo no era perpetuo, ya que se advierten frecuentes cambios que obedecían a renuncias al cargo debido a que este conllevaba gran trabajo y responsabilidad por la frecuencia con que se celebraban los capítulos y la obligación de asistir en sus funciones rectoras al Maestre. La falta de un Trece, que se hallara ausente por legítima causa, se suplía mediante otro caballero elegido únicamente para aquel acto y se llamaba enmienda, aunque de este uso no hay referencias anteriores a 1350. Por lo común, quienes habían sido enmiendas en el capítulo eran elegidos Trece en propiedad a medida que se producían vacantes.
Comendador Mayor de Santiago |
Los Treces asistían a los capítulos con capas negras y bonetes (como los priores), y su autoridad y prerrogativas han sido distintas según los tiempos. En 1246 fueron fuertemente restringidas por el papa Inocencio IV, a instancia del maestre Pelayo Pérez Correa, y restablecidas más tarde por Alejandro IV. Sin embargo, siempre ha estado en vigor la facultad de deponer al Maestre, junto con el prior, si se juzgase inútil o dañino. En uso de tal atribución, en el capítulo de Ocaña de 1338 depusieron al maestre Vasco López, y fue práctica en todos los capítulos tenidos antes de la administración dejar a los Maestres las insignias, entregándolas al prior, el cual al día siguiente se las devolvía de acuerdo y con consentimiento de los Trece. Este acto se llevaba cabo en una ceremonia pública, dejando entrar al pueblo para que presenciara el capítulo, y en ella el Maestre daba las gracias por la restitución de las insignias de su jerarquía.
El juramento que realizaba un caballero cuando era elegido Trece era el siguiente:
¿Vos Don… juráis a Dios ya Santa María ya esta señal de Cruz, ya estos Santos Evangelios, que tocáis corporalmente con vuestras manos, que cuando muriese el Maestre, que vos escogiereis persona idónea y suficiente para ser Maestre, que sea para reedificar y para defender y adelantar la Orden y mantener los frailes, según la Regla y Establecimientos de nuestra Orden y que no sea talla destruya?
Respuesta: Sí, juro.
¿Item que si viereis que el Mestre es inútil y pernicioso e incorregible y sin provecho, y que destruye la Orden más que la aprovecha, que vos le depondréis del Mestrazgo, según forma de derecho?
Respuesta: Sí, juro.
¿Item que si alguna cuestión naciese entre él y el Cabildo, que vos intervendréis entre ellos?
Respuesta: Sí, juro.
¿Otrosí, que por este poder que tenéis no obedezcáis menos al Maestre, en tanto que será Maestre, de modo que no le desobedezcáis en contrario de lo que habéis jurado?
Respuesta: Sí, juro.
La dignidad de Trece cayó en desuso por mucho tiempo, hasta que se volvió a restablecer el 8 de Junio de 1906 por bula del papa Pío X.
Jerarquía.
Desde sus comienzos, la Orden estuvo formada por tres clases de miembros: freires o caballeros casables; caballeros estrechos, de vida más rigurosa, que profesaban el celibato y vivían en comunidad; y los religiosos y religiosas (canónigos regulares o monjes santiaguistas), cuyo cometido era la celebración del culto, la asistencia espiritual de los demás miembros y regentar las parroquias del priorato. Los primeros tenían por jefe directo al Gran Maestre, mientras que los otros vivían bajo la inmediata dirección de sus superiores eclesiásticos y de los priores de Uclés y de San Marcos de León, y bajo la autoridad del Gran Maestre de la Orden.
En honor de esos primeros trece hermanos se establecería el Trecenazgo de la Orden: trece freires electores que en su época de esplendor, y junto con los obispos priores de Uclés y San Marcos de León, los comendadores mayores de Castilla, León y Montalbán (Aragón), el Prior del monasterio de Santiago de la Espada en Sevilla, el secretario y el tesorero, integrarían las dignidades principales que participarían en la elección del Maestre.
Todos los miembros de la Orden recibían el nombre de freyles para distinguirlos de los miembros de las órdenes religiosas, los frayles. Los freyles religiosos milites hacían la guerra para defender la Cristiandad, y los freyles religiosos clérigos se dedicaban al culto divino para pelear mediante la oración, el ayuno, la abstinencia y otras obras religiosas. Tanto los milites como los clérigos eran reputados por verdaderos religiosos. Por eso, además de las obligaciones monásticas gozaban también de los privilegios de los monjes: exención de la jurisdicción real, exención de la jurisdicción del clero secular y sometimiento directo a la Santa Sede.
Entre los milites existían diferencias: los llamados comendadores, que administraban una encomienda, y los caballeros, que no la tenían. Entre los clérigos también existían diferencias: los priores, que disponían del “beneficio formado”, los curas o rectores, que poseían “beneficio curado”, y los conventuales, que no poseían beneficio.
Dentro de la jerarquía de la Orden de Santiago, las dignidades inmediatas al Gran Maestre eran los priores de los dos conventos de Santiago de Uclés y San Marcos de León. Hasta 1502 la duración de sus mandatos fue perpetua, después fue trienal, siendo elegidos por los frailes de la respectiva provincia de forma alternante: el de Uclés en Castilla un trienio por la parte llamada de La Mancha y el otro trienio por la llamada Campo de Montiel; y el de San Marcos en León alternando la provincia de León y la de Extremadura. Por último (desde 1794 hasta 1844) hubo priores perpetuos, nombrados por la Corona al igual que los obispos.
Los priores, en virtud de las concesiones papales, usaban roquete, mitra y demás insignias pontificales. Inicialmente, el único prior era el de San Marcos; pero tras la división del reino de León, los caballeros de Santiago fueron acogidos en sus estados por Alfonso VIII de Castilla, quien les dio en 1174 la villa y castillo de Uclés (entre otras posesiones), y allí establecieron la sede de la Orden.
Tras serias disputas suscitadas entre el convento de San Marcos y el de Uclés debido a cuestiones de antigüedad y preeminencia, el conflicto terminó cuando el prior de San Marcos quedó a cargo del gobierno de los conventos de León, Galicia y Extremadura, mientras que los conventos restantes fueron controlados por el prior de Uclés, en cuyo convento debían pasar el año de prueba y hacer la profesión todos los novicios de la Orden. Los superiores de los demás conventos religiosos tenían igualmente el título de priores, pero estaban bajo la dependencia de aquellos prelados.
A los priores de Uclés y de León seguían los Trece, luego las Grandes Cruces de Castilla, León y Montalbán, después los Comendadores, y por último los caballeros y frailes, clérigos o religiosos.
De las encomiendas de la Orden dependían hasta doscientos prioratos, curatos y beneficios simples que, con dispensa del Papa, podían darse a personas no religiosas. También existían trece vicarías con jurisdicción espiritual y, por último, se nombraban cuatro caballeros para visitar las cuatro provincias de Castilla la Nueva, León, Castilla la Vieja y Aragón, cuyas facultades se extendían no sólo a los demás caballeros, sino a cuantos poseían beneficios en territorio de la Orden.
Tras el fallecimiento del Maestre, el prior de Uclés se encargaba del gobierno de la Orden y de convocar a los Trece para elegir un nuevo Maestre. Muchas de las atribuciones que tenían los Trece las perdieron tras la creación del Consejo de las Órdenes, luego de su incorporación a la Corona con autorización de Adriano VI.
Desde el siglo XIV la elección del Maestre recayó en un personaje de la familia real o próximo a la corte. A partir del siglo XV la elección era considerada un derecho de la Corona y a lo largo de dicho siglo el maestrazgo recayó sobre nobles y validos de los reyes: Enrique de Aragón, hijo del regente de Castilla, Fernando de Antequera; Álvaro de Luna, privado de Juan II; el infante don Alfonso; Beltrán de la Cueva y Juan Pacheco, marqués de Villena, privados de Enrique IV; y Diego López Pacheco, marqués de Villena, quien no fue reconocido como Maestre al no haber sido nombrado ni en León ni en Uclés.
Más adelante, Carlos I y Felipe II dieron a la Orden de Santiago la forma que posee en la actualidad: compuesta por un presidente, ocho ministros togados, un fiscal, un secretario, un contador general, un alguacil mayor y un tesorero, con cuatro procuradores generales y cuatro fiscales, correspondientes a cada una de las cuatro órdenes militares de España.
La Orden estaba dividida en varias provincias, siendo las más importantes las de Castilla y León por su número de propiedades y vasallos. Al frente de cada provincia había un Comendador Mayor, con sede, respectivamente, en Segura de la Sierra (Castilla) y Segura de León (León). La provincia de León estaba dividida en dos partidos, Mérida y Llerena, y en cada una de ellas existían varias encomiendas. La subdivisión interna más importante de las órdenes militares eran las llamadas ENCOMIENDAS, que eran unidades de carácter local dirigidas por un comendador. La encomienda podía asentar la sede o residencia del comendador en un castillo o fortaleza o en una villa y era un centro administrativo o económico en el que se cobraban y percibían las rentas de los predios y heredades atribuidas a esa encomienda; era el lugar habitual de residencia del comendador y de algún otro caballero. Cada encomienda debía sostener con sus rentas no sólo al comendador y a los otros caballeros residentes en ella, sino que también debían pagar y armar a un determinado número de lanzas, que debían acudir a los llamamientos de su Maestre perfectamente equipados para tomar parte en aquellas acciones militares que quisiera emprender. Todos ellos formaban la mesnada o ejército de la Orden, que respondía a las órdenes de su Maestre. Las rentas de las tierras, pastos, industrias, portazgos y derechos de paso, junto con los impuestos y el diezmo, constituían los ingresos que servían para mantener a la Orden. Los ingresos se repartían entre rentas de la encomienda respectiva y rentas de la Mesa maestral que financiaban al Maestre de la Orden.
La Orden de Santiago estaba dirigida desde los dos prioratos mencionados: El de Uclés para Castilla y el Priorato de San Marcos de León para León. En esta última provincia, al estar muy alejado el convento de San Marcos del grueso de las posesiones santiaguistas en Extremadura, el convento se trasladó primero a Calera de León y luego a Mérida. Finalmente regresó de nuevo a su ubicación inicial en San Marcos de León (quedando dividido en tres vicarías con sedes en Mérida, Llerena-Tentudía y Jerez de los Caballeros). Los pueblos y encomiendas de la Orden eran atendidos por curas presentados por el maestre y colacionados por el prior. Dos visitadores de la Orden acompañados de un vicario, debían realizar cada cuatro años una visita de inspección por todas las encomiendas y territorios para comprobar el estado de las propiedades, rentas y gobierno de las posesiones. De estas visitas se levantaba el acta en los llamados Libros de Visitas.
Fuente: http://forodeculturadedefensa.blogspot.com.es/search/label/Historia%20Militar