El día 14 de Abril es la efemérides de la batalla de Mook. Fue una batalla, permítanme el adjetivo, «pequeña» que tuvo gran repercusión. Tanto por el resultado tan abrumador, como por lo que pudo ser y no fue. Y sí, ya verán ustedes como los Tercios tienen mucho que ver con las huelgas, tal y como las entendemos hoy. Sólo un poco de paciencia.
En febrero de 1574 Luis de Nassau, con una tropa bien nutrida de soldados a sueldo, entra en los Países Bajos procedente de Alemania para unirse a su hermano Guillermo de Orange y desviar la atención del Asedio de Leiden. Los españoles, con pocas tropas en la zona, mantienen constantes escaramuzas y consiguen impedir que el ejército de Luis cruce el río Mosa mientras les llegan refuerzos. A principios de abril, con el ejército ya reunido, los españoles cruzan el Mosa y cierra el paso al ejército de Luis de Nassau, que marchaba hacia el norte buscando la forma de cruzar el río.
Por una parte Sancho Dávila, el Rayo de la Guerra, y Bernardino Mendoza y los Tercios y por otra parte un pagado y nutrido ejército en cuya cabeza va Luis de Nassau, calvinista convencido que firmara el Compromiso de Breda, y Enrique, el pequeño de los Nassau, ambos hermanos de Guillermo de Orange, el Taciturno.
En realidad no hubo color. No es que fuera sencillo, ni mucho menos. Ciento cincuenta españoles dejaron la lana, pero los herejes salieron muy trasquilados. Cayeron por miles (entre 2 y 3 mil). También cayeron los dos hermanos de Guillermo, que no midieron bien ni a quien se enfrentaban ni el estado de cabreo soberano que llevan aquellos enjutos y duros españoles: Llevaban años sin cobrar y estaban hartos. Aún así, fieles a su tradición, no rehuían el combate aunque no percibieran ni un maravedí. Exigirían después de demostrar. Y es lo que hicieron.
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Después de la batalla, después de una nueva victoria para engrandecer la fama inabarcable de los Tercios, se amotinaron. Pero por favor, no penséis que un motín era una especie de bacanal. No sería ni cierto ni justo. Ese «statu quo» tenía unas normas específicas que exigían obediencia, solo que a otros mandos elegidos por los propios soldados y no al rey.
En resumidas cuentas, y dadas las circunstancias –es decir, no cobrar–, los soldados se sentían legitimados a no guardar obediencia a su rey, con el que estaban vinculados por contrato, porque se veían en la necesidad de defender sus propios y muy legítimos intereses económicos. Con un par, permítanme la expresión.
Al fin y al cabo era el propio rey quien no cumplía su parte del pacto al no pagar la soldada cuando tocaba, ni en la cantidad estipulada, para el nivel profesional de cada uno. La situación volvía a la obediencia cuando se pagaba el sueldo… con los atrasos. Aguantaban meses, incluso años, de sacrificio, de malvivir lejos de casa, en tierra extraña y sin cobrar… Su honra quedaba a buen recaudo. Era hora de que su bolsa también se viese reconfortada.
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Así, victorias y «motines», parecían las dos caras de la misma moneda: Lo que se adelantaba en la dura lucha, se perdía en esos actos de protesta. Lo que ellos conseguían para su rey, a él mismo se lo arrebataban con su inacción, aún a costa de su propia sangre o la de sus camaradas que lo mismo era. Una manera nítida de ponerle los pies en la tierra al soberano más poderoso de la época y decirle, sin palabras, que al fin y al cabo quien daba o quitaba posesiones eran ellos, los que estaban al pie del cañón (nunca mejor dicho…)
Y llegados a este punto no es muy difícil hacer la equivalencia entre los Tercios como soldados profesionales que eran o, lo que es lo mismo, trabajadores; el rey como «patrón» que debe pagar sus salarios y el alistamiento como contrato formal.
Así, señores míos, en buena ley no llamen ‘motín’ a lo que hacían los Tercios porque no lo era. Llamemosle por el nombre que le damos ahora y que en aquella época no existía. Llamémosle «huelga», que al fin y al cabo, es lo que era. Huelgas, señores míos, en el Siglo XVI. Las primeras huelgas.
Y para los que alberguen dudas, según la RAE, Huelga: Interrupción colectiva de la actividad laboral por parte de los trabajadores con el fin de reivindicar ciertas condiciones o manifestar una protesta. y Motín: Movimiento desordenado de una muchedumbre, por lo común contra la autoridad constituida.
Los Tercios, señores míos, podían ser muchas cosas, pero no eran ni una muchedumbre ni estaban desorganizados y si no que se lo digan a los herejes de la batalla de Mook.